Sabemos lo que NO debemos hacer, pero no pensamos lo que SI podemos hacer
En esta segunda reflexión del periodo de Cuaresma me gustaría trasladar un mensaje sobre lo que sí podemos hacer, en vez de tomar una adopción pasiva, o quedar a la expensa de algo que pensamos que no podemos controlar.
En cierto modo es así (no depende de nosotros), cuando nos ponemos en el lado del damnificado, el que sufre las consecuencias del siniestro vial sin culpa ninguna.
Pero hay que analizarlo desde el prisma del generador del riesgo, de la conducta al volante, el comportamiento como usuarios de la vía.
Tenemos dos ámbitos de reflexión en el ámbito de la Cuaresma: el interior y el social. Suelo tener una relación conmigo mismo con relación a la propia creencia, la vivencia interior de la fe y la preparación de cada periodo litúrgico.
Pero es el aspecto exterior el que nos debe importar a este propósito del blog.
Valores sociales
Los valores que se trasladan al comportamiento en sociedad no son monopolio de una creencia religiosa, ni de un grupo social concreto. Están en la historia, la cultura, el deporte, la familia y círculo más cercano, en los usos y costumbres propios de grandes colectivos. Los valores impregnan ideales de convivencia, idearios políticos. La puesta en marcha de agrupaciones en favor de una situación injusta o desigual son una muestra de ellos. Las declaraciones universales de derechos también. Las empresas manifiestan y comprometen sus valores a la estrategia de marca y a lo que quieren comunicar a clientela y mercado. Porque el público lo valora.
Generalmente tomamos una actitud positiva en esa relación externa, social, que no sucede con el tráfico.
Con el vehículo a motor nos cerramos en un habitáculo de “libertad”, en el que tomamos decisiones más allá de los límites que nos impone la regla. El exceder la velocidad, cruzar por fuera de un paso de peatones, haber consumido alcohol previamente a conducir el vehículo, son actitudes mucho más habituales de lo que podemos pensar. Siempre bajo el pensamiento de “a mí no me va a pasar”, “yo controlo”, “total, no viene nadie”.
Algunos ejemplos:
- No cedemos el paso como sí lo hacemos en los portales con vecinos o extraños…no tanto en el transporte púbico como viajeros; ¿por qué será?
- No empatizamos con el otro conductor o usuario, como hacemos en otras relaciones del día a día, profesionales o privadas. ¿Alguien atendería a un cliente como nos comportamos en el vehículo?
- No esperamos pacientemente el turno como en el supermercado, aunque sí miramos que caja puede ir más rápida, un estrés más de los muchos que nos rodean.
- Pensamos que el vulnerable (moto, patinete…) es un problema, lo que no hacemos con menores o ancianos, por ejemplo, en otros entornos de vulnerabilidad.
Y es esa actitud la que es sumamente dañina. Solo nos damos cuenta de su gravedad cuando se produce el accidente. Es ese el momento de la reflexión, cuando pensamos en qué hubiera sucedido de actuar de otro modo.
Debemos reflexionar antes.
Mismo análisis que mes tras mes, año tras año, realizan las autoridades para identificar factores de peligrosidad que no varían, si acaso se incrementan.
Conducción solidaria
Hay que tomar consciencia de la problemática existente. Y variar ciertos hábitos:
- Si alguien pone un intermitente, dejemos espacio para su maniobra; no acelerar y dejar la gentileza al siguiente de la fila y así sucesivamente.
- Pensemos que en los otros vehículos circulan personas que pueden no ser tan expertos como nosotros, que pueden cometer errores como cualquiera.
- Esperemos pacientemente en semáforos y zonas de no preferencia.
- El peatón, el motero y el usuario de bici o patinete pueden cometer los mismos errores que un conductor, pero su carrocería son los huesos, fuera de la moto, sin apenas la protección del casco.
En definitiva, una conducción solidaria, que piense en los demás, que nos genere menos estrés y agresividad.
Comportémonos como lo hacemos con la mayoría de las relaciones sociales. Es el Dar y Ofrecer a la comunidad a lo que este periodo nos invita, lo cual debería mantenerse en el tiempo.
