#CuaresmaRvS, tercera reflexión (23 de marzo)
Pasados diez días desde la pasada reflexión, un comentario de una persona inspiradora para mí con relación a la seguridad vial, hace que haya estado dando vueltas a lo siguiente: ¿qué consideramos víctima en un accidente de tráfico?
Pues me quedó claro: víctima es aquella que pierde la vida, en este caso a consecuencia de un siniestro. Poco importa a estos efectos si se trata del responsable del mismo, si es un caso fortuito o deriva de un hecho culposo de una tercera persona. El resultado final es la pérdida de vida.
Lo desvinculamos del concepto perjudicado o damnificado. Hablaré de ello en la próxima #distinción del blog.
Víctimas y lesionados
Volviendo a la consideración del término víctima, precisamente me inducía a esta interpretación quien bien conoce el resultado de consecuencias dañosas de un accidente de tráfico o siniestro vial, aunque para otros efectos son cuestiones diferentes (no es lo mismo un accidente que un siniestro).
Es víctima quien muere, el resto son lesionados, venía a decir esta interpretación.
La vida es nuestro valor fundamental. Por eso podemos considerarlo la mayor pérdida posible. Una lesión, pese a la gravedad de muchas de ellas, permite conservar la vida, aunque es posible que en ciertos casos el perjudicado y su entorno puedan sentir algo similar a la pérdida mayor, además de mantenerse continuada en el tiempo en el caso de grandes incapacidades.
Por eso lo que tenemos que proporcionar a los lesionados es la posibilidad de poder vivir con todo lo que necesiten para cumplir con sus retos y expectativas. Porque además se trata de personas que pueden aportar mucho en favor no solo de sus pasiones y quehaceres profesionales, suelen ser un espejo en el que mirarse en dignidad y espíritu de superación. Y personas que nos pueden sensibilizar desde su experiencia.
No bastan indemnizaciones
Son muchos los expedientes que he visto o comentado en mi devenir profesional conectados con la responsabilidad civil, la del seguro obligatorio. Siniestros muy graves con consecuencias muy traumáticas.
Y a la víctima no solo se la resarce con la indemnización a los beneficiarios o perjudicados; ni a los lesionados de la misma forma con el abono de las indemnizaciones y gastos, que siempre serán pocos ante la difícil valoración de lo que consideramos el daño moral: la pérdida de ese bien principal que es la vida o el atentado contra la integridad física en los casos de lesiones.
Tengo claro que la mejor forma de actuar es empatizar con la situación que el bien económico y social, que es la movilidad rodada, ha generado en forma de muerte y lesiones.
Las personas que han perdido la vida, sean responsables o no, incluso en casos de imprudencias muy graves de aquellos, merecen que lo sucedido sirva para concienciarnos y luchar por una movilidad más segura. Que su pérdida no sea un número más en las estadísticas. En cierto modo, que no queden en el olvido, o como suelo decir, que no sean un peaje aleatorio por pagar, como si las barreras de paso solo se cerraran para unos pocos.
Y con las personas lesionadas algo parecido. Pongamos los medios para dignificar la situación. La mejor recompensa social, al margen del cumplimiento de las obligaciones económicas derivadas del hecho de la circulación, es el apoyo de las administraciones públicas y sobre todo de la ciudadanía, que esta tome conciencia de lo vivido por los lesionados para que este tipo de situaciones, los siniestros, dejen de suceder.
Ser protagonistas de la mejora
Cuando al volante de un vehículo tomo determinados riesgos fácilmente evitables, en cierto modo estoy agrandando la herida del que ha sufrido. Si como usuario de la vía, ya sea peatón o partícipe de la nueva movilidad urbana, no respeto normas evidentes, poco valor estoy ofreciendo a las vidas perdidas.
Tengo la suerte gracias a mi trabajo de tener muy cercanos los elementos de concienciación y sensibilización del problema. Por eso me siento en la obligación de trasladarlos a mi entorno más amplio, en este caso, en formato reflexiones en estos días de Cuaresma que me invitan a ello.
Los seguros pagan, cumplen con el reproche social traducido en indemnizaciones. Pero aquello (el seguro) lo hacemos simplemente por “ahorro”, porque sabemos que no vamos a ser capaces de asumir económicamente en persona las consecuencias de nuestras imprudencias. Como personas todos podemos hacer más, prevenir y ser protagonistas, un transmisor más de la problemática para llevarla al mínimo posible.
Ojalá la Visión Cero esperada.
